Por Jesús Cordero
En cada verso escrito o por escribir
habita un ser que se muda en medio de nuestras palabras, despertar ese ser es
encontrar el poeta, sus mundos interiores y sus alocadas verdades. Verdades que vienen o van hacia el
mundo de lo deseado. De lo soñado que rompe definitivamente con la logicidad
del animal eterno. Ese animal que somos cuando nos despedimos del mundo en que
todos están para estar en el mundo en el que no bastan las significaciones
comunes, ni los idiomas, ni los gestos, ni los acostumbrados decesos fortuitos
para el que espera con extrañeza la otra mitad de esta vida.
Poetizar siempre será un acto desvelador, un
acto arriesgado, un acto sumamente conspirativo; una revolución constante, una
lucha tenaz contra todo y muy
específicamente contra uno mismo; uno que resulta ser el más cruel de los
adversarios.
Pero
cómo enfrentar esta poética, cómo arrancar de cuajo sus estructuras básicas con
la clara determinación de quien construye, barra por barra, su propia cárcel,
como quien lacera desde su interior la piel en su carne, como quien vomita
corazones estrellados, como quien arrastra entre cadenas y púas todas las almas
juntas.
Ramón Mesa ante su obra de la serie 7 versiones para una crucifixión. |
En
Mesa, poetizar es desalmacenar, escupir sobre cualquier materia el caos que se
ha formado durante años de ver o vivir horrores, golpes, desamores,
humillaciones, muertes, pasiones, hambres, penas, escases, heridas, desapegos,
lágrimas, traiciones, costumbres, impotencias y otro amplio rosario de
situaciones que afectan, y deben afectar
directamente al escribiente, al poeta de estas sociedades.
El
poeta, como en muchas otras ocasiones, ya no es un visitante temporal de cosmos
y universos paralelos, espacios estos en
los que se perdía con el embeleso del ojo soñador y la mueca repetida del
sujeto pensante, ahora los destruye para construir sus espacios siderales a
partir de la esquina y el acostumbrado
bullicio complementado en bachata, ruido de borrachos enamorando hasta
las sombras y morenas chismosas que destripan alegremente con sus
extraordinarias lenguas a las nuevas muchachas del solar.
Pero
cuándo analizar esta poética, cuando entrometerse uno brutalmente entre los
hilos casi cortantes del poema que frustra y encierra tantas paranoias
esqueléticas, tantos ademanes rotos en medio de su tránsito, tantas tumbas en
la espalda de este largo amanecer en que se convierten el vacío y las eternas
soledades. Soledades siempre hondas y no
por eso más profundas que este encierro
en las palabras. Digamos las palabras
entre sus manos que son el inevitable túnel por donde se llega hasta Dios. El
Dios común denominador de las tareas cotidianas, del inventario en el
llanto y de cada ruleta terminal de los
nuevos circuncisos, trovadores de domingo y profetas del cantado sobre piedras dilatadas.
Esta poética puede ser el principio o fin de un
azaroso universo cargado de sueños, jamás un espacio común, nunca un encuentro
feliz. Siempre el destino de consultas para las ideas y pensares colectivos.
Tantas
veces se muere en uno de estos poemas, escrito por la tarde y puesto al sol
como las vísceras multiformes de cualquier animal que se acorrala a sí
mismo y que se vuelve frío y fiel como
las llagas a los nuevos fantasmas. Quien analiza esta poética sufre el incierto
de morir en ella, pierde los propios sentidos, se ahoga de momentos y de multiplicidad
de actos.
Quien toma posesión de esta locura pierde la gracia otorgada por deidades y la protección de otros santos rurales que nacen del camino, del rosario en las concinas, del grito hondo en el convite y entre las bocas de la gente.
En
Mesa, el sur es una poética. El sur es una poética que nació redonda como la
tierra sembrada de nombres, salves, bacás y espíritus solitarios que arrastran
cadenas, largas y ancestrales. El sur es su propia multitud arrinconada
siempre, brutal como el cuero de sus tantas heridas. Sutil, como el corazón
enorme de la noria donde el Indio más joven se robaba los ojos de quienes lo
veían cortar en dos el arcoíris del charco.
Quien
analiza esta poética se muda de hombre. Se vuelve entre las cuevas, carrusel
innecesario del polvo, huella de la huella en su estructura de sangre, imagen y
semejanza de la calle bocarriba en que se convierte el cielo cuando la lluvia y
su hechizo de viernes trece succionan los hombres y sus almas. Analizar esta
poética asusta los poetas que se buscan en ella afanosamente, los que se ahogan
bajo los influjos arremolinados de la chercha y el fandango grupal entre la zona, el festival o la feria.
Quien analiza esta poética sabe caer de bruces sobre sí mismo y alcanzar en
medio de su rito la estatura del duende, debió subir al Olimpo acompañar a sus
pares y bajar luego a pisar el fango junto al chorro de agua de la llave rota y
contar los muertos de su barrio como se cuentan mariposas en los días de San
Juan.
Esta
poética se basa en dos principios fundamentales: Destrucción, Construcción,
cada uno en su forma y fondo sirve de medio para la irreverencia del todo y de
sus partes. Es una burla no de los temas, muchos hasta sacrosantos, sino de la
forma en la que pueden ser tocados, trabajados en el poema:
Porque
sabemos secretamente
que
Dios aún no ha inventado el cielo
y
ha venido con una lámpara
a
ensayar mi nombre con carne de alfabeto.
(Fragmento
del poema
“Manténgase fuera del alcance
de los niños”)
¿Cuánto
hay que vivir para escribir un verso? ¿Cuánto hay que morir para escribir un
verso?¿En cuántas partes hay que dividirse y dividir el mundo de manera que
permita su estudio, su vivir y su vivir en el escrito que es realmente la
dimensión poética a la que se aspira? ¿Cómo se consigue la estatura del sueño,
como se acostumbra uno a no tener razón aunque la tenga, a no vigilar el mar ni
sus olas que predican sobre el sexo de la espuma?
2018.
Portada del libro Hechizo de lluvia. |
Ontología del espectro y el esperma
Como el caracol
que se deslíe;
como el que nace muerto...
Salmo 58:8
Yo, Ramón Mesa,
en pleno uso de mis facultades físicas y mentales;
obedeciendo a las intenciones más preclaras del deseo
y al amparo de los caprichos del corazón y la fe,
he venido a renunciar
a la osamenta de mis días
calcinados por este fuego pretérito
que lame las horas cual caramelo.
Que lo sepan todos;
los presentes y los que están por nacer:
he venido a renunciar, al amparo de la sospecha
que me aguarda al pie de la escalera
sin argumentos en la sombra ni en la garganta;
empoderado del Valor como último recurso de los
desahuciados,
y del Miedo, como recipiente ficticio de la muerte.
En esta mañana inverosímil de noviembre
antes que el crepúsculo florezca su siniestra semilla
de silencio,
he venido, con la
frente en alto
y sin marasmos en la conciencia, a renunciar;
porque renunciar no es lo peor
sino lo mortalmente permitido
porque en este mundo virtual de libre albedrío
y de libre comercio,
de San Google y San Facebook
no renuncian los cobardes
ni los valientes
sino lo contrario de uno mismo;
nada más apegado a la verdad
ante los preceptos de la ciencia y la brujería.
De modo pues, que he venido,
por mi propia voluntad,
a renunciar;
a renegar de mis costillas,
de mi carne,
de mis huesos,
de mi ombligo…
En tal sentido,
En beneficio de la retórica de los incrédulos
es conveniente que conste en Acta:
para mí toda máscara es inadmisible;
toda presunción de humildad una paradoja del despojo;
yo renuncio a la secuencia inusitada de los días,
a mis razones para respirar,
a las almohadas que se apoderan de mis sueños
procurando fermentar mi destino.
Yo vengo
de manera abierta y necesaria, junto a mí, a renunciar
como si viniera con las manos llenas
de perfumadas hojas de cundeamor
para lavar mi sonrisa
mi palabra orgánica.
Como si viniera a colectar espermas
para perpetuar la historia de mi sangre.
Ahora os pregunto:
¿Si de la eternidad el sentido es la vida,
De la muerte cuál es el sentido?
Que nadie diga nada;
la semilla es más elocuente que el silencio.
Por última vez
he venido a renunciar;
a la traducción explícita de mis gestos;
a mi rostro, a mis cenizas
y a la brevedad de las flores sobre mi tumba.
Es tan inútil a esta altura del miedo preguntar qué
hora es;
¿Alguien sabe dónde estuve antes de nacer?
¡Que levante la mano!
Ramón Mesa en su taller de pintura. Año 2005. |
Ramón Mesa, Ysabel Florentino y Jesús Cordero. Reciben Reconocimiento del Ministerio de Cultura |
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