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miércoles, 17 de abril de 2019

MESA, FERTILIDAD DE DEMIURGO en tiempos de complicidades estéticas

El escritor Ismael Díaz Melo presenta obra del artista Ramón Mesa
  Por Ismael Díaz Melo

Allí, en la soledad abierta,
nos espera también la trascendencia:
 las manos de otros solitarios”. 

(El laberinto de la soledad, Octavio Paz)


Ramón Mesa tiene un bien ganado prestigio en los círculos culturales dominicanos. Sus intereses artísticos son muy diversos y abarcan los campos de la literatura, en varios géneros, la gestión cultural y la pintura. Como escritor ha obtenido premios y reconocimientos en diferentes certámenes y ha publicado libros y artículos. Su labor como gestor cultural y protector del patrimonio histórico y medio ambiental es de antología: fundador de talleres literarios, instructor de escritura creativa, fundador de agrupaciones literarias y de la Bienal Nacional de Cuentos, coordinador de festivales culturales, entre estos el de Cuevas de Pomier, que promueve la preservación y difusión del legado dejado por los indígenas tainos. Su trabajo como editor incluye más de una decena de publicaciones, entre libros y revistas.

Ramón Mesa, artista plástico, escritor y gestor cultural
Ramón Mesa 
A pesar de haber participado en doce exposiciones colectivas y presentado su obra en cinco exposiciones individuales, la faceta como pintor de Mesa es la menos conocida. Es sin embargo esta otra pasión la que mejor lo retrata como un artista múltiple (neo renacentista, en su visión totalizadora del arte), intenso, ecléctico y comprometido.


La pintura es para Mesa el escenario donde puede desinhibirse y desbordarse. Gritar y sufrir. Llegar a estado de goces estéticos que lo acercan a niveles de paroxismo creativo, hasta convertir la poesía en colores, la narrativa en líneas. Denunciar, exigir y sobretodo soñar. Y dejar que se desboquen los jinetes insomnes de la creatividad en un despliegue emocional propio de la catarsis.

Es por tanto su arte la puerta de escape de una realidad circundante que condena al olvido a su querido Sur; que destruye ríos; que privilegia el consumismo insulso; que  amenaza la memoria tangible del taino; que condena a los pobres a vivir en tugurios. Es su pintura un lienzo para la denuncia, sin devenir en lo panfletario, y es también un predio para sembrar compromiso y conciencia. Lo de este versátil artista es un arte signado por un código ético, regido por un patrón conductual.

La exposición Visual 0.7 nos presenta una década (2005-2015) de desgarros pictóricos que Mesa ha dividido en las series: El perro fronterizo; Habitantes; Piedras para amurallar el río; Consumismo; Taino Pomier y Serie roja.

RAMÓN MESA, obra de la serie El Perro fronterizo.
RAMÓN MESA El Perro fronterizo. 
Todos los cuadros tienen formatos amplios (algunos muy generosos en sus dimensiones) teniendo como soportes telas y usando diferentes técnicas para su ejecución. La exposición, aunque  diversa en los tonos y los recursos aplicados, se lee como una autobiografía del pintor. Como un todo subdividido en episodios de una vida marcada por cicatrices muy profundas. Cada serie goza de plena autonomía. La exposición es entonces una colección de poemas o de cuentos, de esperanzas o de sueños que se explayan en una especie de geografía íntima, en un territorio emocional donde se descodifican sentimientos muy intensos. Hay mucho de experimentación-exploración en estas obras, lo que pone en evidencia la búsqueda de un estilo personal, de una voz definitoria y quizás definitiva.

El Perro fronterizo
Este animal, cuasi mitológico, llamado a ocupar un sitio en el imaginario del bestiario caribeño, protagoniza una epopeya de supervivencia en un entorno adverso, inhóspito, desolado. Aunque de factura sureña dominicana, tiene un simbolismo de lectura universal por lo que semióticamente puede ser asimilada por cualquier persona, independientemente de su nacionalidad. Es por tanto un símbolo de aprehensión universal, como aquella paloma picassiana o esos caballos de Botero.

Es un perro? famélico, solitario que a veces se mimetiza con el paisaje y su cabeza se torna cambrón o cayuco u horno de carbón. Su cabeza se estira, se desprende, se­­­ bestializa.

Representa lo real maravilloso del Sur: Parece un bacá o un galipote o quizás una metáfora que se lanza a la conquista de una luna sangrienta.

Su paleta hernándezorteguiana está dominada por los tonos oscuros, lo que acentúa la percepción de estar frente a un ser enigmático que ha caído en los hechizos de una magia ancestral. Una magia errante como el fabuloso canino, que provoca la transmigración de sus pasiones en los contornos de la noche.

Las fronteras donde se ubican las errancias infinitas de este perro no son solo alusivas a la guardarraya dominicana-haitiana, con toda su pobreza material y riqueza mágico-sensorial, sino a todos los bordes posibles, a toda suerte de marginalidad, exclusión y carencias.
El perro casi siempre ocupa el centro del cuadro lo que enfatiza su condición de protagonista de la composición. Su fuerza expresiva radica no solo en sus gestos sino también en la solidez y seguridad de los trazos audaces con los que Mesa delimita sus contornos en una obra de recursos minimalistas pero elocuentes.

Más allá de las indudables aciertos pictóricos, en esta serie de la obra de Mesa subyace una intensa carga poética (el autor no puede eludir sus vínculos con la literatura) que logra desbordar los límites del cuadro y consiguen conmover, a veces sacudir, los sentimientos del espectador.

  
Habitantes
En un país con un alto déficit habitacional, tanto en cantidad como en calidad, tener una vivienda sigue siendo el anhelo más difícil de conseguir para los sectores económicamente más carenciados.

En las periferias y en los resquicios urbanos; en las orillas de ríos, arroyos y cañadas, endebles tugurios hacen las veces de viviendas. Crecen de forma espontáneas, como hongos silvestres, al conjuro de la noche. Se tejen con los materiales más inverosímiles, incluyendo privaciones y sueños. Estas casitas terminan adosándose a otras similares y conforman un amplio tapiz de penurias y desesperanzas. Un mosaico de pobreza.
RAMÓN MESA, de la serie Habitantes 

Esta serie retrata una realidad desgarradora, donde se evidencia la absoluta desprotección de los más pobres. De los habitantes más sufridos y necesitados, pero Mesa tiene para esa crudísima realidad un pincel compasivo que suaviza, con trazos casi infantiles, esa situación y para esta recrea unas casitas de factura onírica que cual ligeras chichiguas, a veces, vuelan, o pretender volar, pero permanecen arraigadas al suelo que es lo mismo que decir que siguen amarradas a una pobreza ineludible.

En este conjunto, donde predominan el blanco y el negro, a veces hay vestigios de colores primarios como un chispazo de alegría, como un guiño de ojo para que no olvidemos las exuberancias coloristas del trópico.

Estas casitas surrealistas continúan la línea compositiva minimalista que caracteriza a Mesa: Pocos elementos, fondo sencillo, predominio de un solo eje, monotemático. Tienen un precario equilibrio. Una fragilidad de mordaza.

Piedras para amurallar el río
La preocupación de Mesa por el medio ambiente se pone de manifiesto en la serie piedras para amurallar el río. Es un canto que denuncia no solo el deterioro de nuestros ríos sino además la absurda pretensión de amurallarlos, de alejarlos de los habitantes de las comunidades que rozan, usando soluciones que afean y disocian su naturaleza. Esta serie es la de mayor riqueza artística. La que pone de manifiesto los mejores dotes de Mesa. Son cuadros neo expresionistas, ricos en el uso de texturas, colores y recursos extra pictóricos. Predomina la composición de eje horizontal (como debe ser, atendiendo al tema) donde no se escatiman recursos, gestos y alusiones.

RAMÓN MESA, obra de la serie Piedras para amurallar el río.
RAMÓN MESA, Piedras para amurallar el río.  

Son cuadros de una geometría alucinante, casi abstractos, en los que están presente collages de diversos materiales, especialmente mallas metálicas, y los fondos son trabajados con minuciosidad de orfebrería detallista.

Hechos con trazos firmes, de libertad absoluta, estos pigmentos impregnan los lienzos de una fluidez que recuerda a Heráclito y su fundamento de que todo está en el cambio incesante.

Con esta serie Mesa logra impactar otra vez la abulia ciudadana. Nos pone en el campo de las añoranzas, de las nostalgias infantiles, cuando un río ribereño a nuestras ciudades era un aliado, no una amenaza. Se tenía entonces una visión bucólica del rio: con agua, árboles y trinos de pájaros.

Este artista necesario, dadas las circunstancias actuales de amenaza en que están los recursos naturales, hace que un pincel recite un poema, que te diga de qué color son los miedos. Así como el poeta Incháustegui alguna vez nos dijo: “Patria, sin ríos, los treinta mil que vio Las Casas están naciendo en mi corazón”, Mesa nos convoca a presenciar el milagro del nacimiento de un río (o de incontables ríos) que fluyen, ya no por un sendero natural, sino por sus fecundas arterias, por sus venas generosas y por la irredenta soledad de sus pasiones.
  
Enero, 2016.


Pintor dominicano RAMÓN MESA, obra: Piedras para amurallar el río.
RAMÓN MESA. De la serie Piedras para amurallar el río.


artista dominicano RAMÓN MESA. de la Serie Taíno-Pomier
RAMÓN MESA. Serie Taíno-Pomier 


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