Por Ismael Díaz Melo
“Allí, en la soledad
abierta,
nos espera también la trascendencia:
las manos de otros
solitarios”.
(El
laberinto de la soledad, Octavio Paz)
Ramón Mesa tiene un bien ganado prestigio en
los círculos culturales dominicanos. Sus intereses artísticos son muy diversos
y abarcan los campos de la literatura, en varios géneros, la gestión cultural y
la pintura. Como escritor ha obtenido premios y reconocimientos en diferentes
certámenes y ha publicado libros y artículos. Su labor como gestor cultural y
protector del patrimonio histórico y medio ambiental es de antología: fundador
de talleres literarios, instructor de escritura creativa, fundador de
agrupaciones literarias y de la Bienal Nacional de Cuentos, coordinador de
festivales culturales, entre estos el de Cuevas de Pomier, que promueve la
preservación y difusión del legado dejado por los indígenas tainos. Su trabajo
como editor incluye más de una decena de publicaciones, entre libros y
revistas.
Ramón Mesa |
A pesar de haber participado en doce
exposiciones colectivas y presentado su obra en cinco exposiciones
individuales, la faceta como pintor de Mesa es la menos conocida. Es sin
embargo esta otra pasión la que mejor lo retrata como un artista múltiple (neo
renacentista, en su visión totalizadora del arte), intenso, ecléctico y
comprometido.
La pintura es para Mesa el escenario donde
puede desinhibirse y desbordarse. Gritar y sufrir. Llegar a estado de goces
estéticos que lo acercan a niveles de paroxismo creativo, hasta convertir la
poesía en colores, la narrativa en líneas. Denunciar, exigir y sobretodo soñar.
Y dejar que se desboquen los jinetes insomnes de la creatividad en un
despliegue emocional propio de la catarsis.
Es por tanto su arte la puerta de escape de
una realidad circundante que condena al olvido a su querido Sur; que destruye
ríos; que privilegia el consumismo insulso; que
amenaza la memoria tangible del taino; que condena a los pobres a vivir
en tugurios. Es su pintura un lienzo para la denuncia, sin devenir en lo panfletario,
y es también un predio para sembrar compromiso y conciencia. Lo de este
versátil artista es un arte signado por un código ético, regido por un patrón
conductual.
La exposición Visual 0.7 nos presenta una
década (2005-2015) de desgarros pictóricos que Mesa ha dividido en las series:
El perro fronterizo; Habitantes; Piedras para amurallar el río; Consumismo;
Taino Pomier y Serie roja.
RAMÓN MESA El Perro fronterizo. |
Todos los cuadros tienen formatos amplios
(algunos muy generosos en sus dimensiones) teniendo como soportes telas y
usando diferentes técnicas para su ejecución. La exposición, aunque diversa en los tonos y los recursos
aplicados, se lee como una autobiografía del pintor. Como un todo subdividido
en episodios de una vida marcada por cicatrices muy profundas. Cada serie goza
de plena autonomía. La exposición es entonces una colección de poemas o de
cuentos, de esperanzas o de sueños que se explayan en una especie de geografía
íntima, en un territorio emocional donde se descodifican sentimientos muy
intensos. Hay mucho de experimentación-exploración en estas obras, lo que pone
en evidencia la búsqueda de un estilo personal, de una voz definitoria y quizás
definitiva.
El
Perro fronterizo
Este animal, cuasi mitológico, llamado a
ocupar un sitio en el imaginario del bestiario caribeño, protagoniza una epopeya
de supervivencia en un entorno adverso, inhóspito, desolado. Aunque de factura
sureña dominicana, tiene un simbolismo de lectura universal por lo que
semióticamente puede ser asimilada por cualquier persona, independientemente de
su nacionalidad. Es por tanto un símbolo de aprehensión universal, como aquella
paloma picassiana o esos caballos de Botero.
Es un perro? famélico, solitario que a veces
se mimetiza con el paisaje y su cabeza se torna cambrón o cayuco u horno de
carbón. Su cabeza se estira, se desprende, se bestializa.
Representa lo real maravilloso del Sur:
Parece un bacá o un galipote o quizás una metáfora que se lanza a la conquista
de una luna sangrienta.
Su paleta hernándezorteguiana está dominada
por los tonos oscuros, lo que acentúa la percepción de estar frente a un ser
enigmático que ha caído en los hechizos de una magia ancestral. Una magia
errante como el fabuloso canino, que provoca la transmigración de sus pasiones
en los contornos de la noche.
Las fronteras donde se ubican las errancias
infinitas de este perro no son solo alusivas a la guardarraya
dominicana-haitiana, con toda su pobreza material y riqueza mágico-sensorial,
sino a todos los bordes posibles, a toda suerte de marginalidad, exclusión y
carencias.
El perro casi siempre ocupa el centro del
cuadro lo que enfatiza su condición de protagonista de la composición. Su
fuerza expresiva radica no solo en sus gestos sino también en la solidez y
seguridad de los trazos audaces con los que Mesa delimita sus contornos en una
obra de recursos minimalistas pero elocuentes.
Más allá de las indudables aciertos
pictóricos, en esta serie de la obra de Mesa subyace una intensa carga poética
(el autor no puede eludir sus vínculos con la literatura) que logra desbordar
los límites del cuadro y consiguen conmover, a veces sacudir, los sentimientos
del espectador.
Habitantes
En un país con un alto déficit habitacional,
tanto en cantidad como en calidad, tener una vivienda sigue siendo el anhelo
más difícil de conseguir para los sectores económicamente más carenciados.
En las periferias y en los resquicios
urbanos; en las orillas de ríos, arroyos y cañadas, endebles tugurios hacen las
veces de viviendas. Crecen de forma espontáneas, como hongos silvestres, al
conjuro de la noche. Se tejen con los materiales más inverosímiles, incluyendo
privaciones y sueños. Estas casitas terminan adosándose a otras similares y
conforman un amplio tapiz de penurias y desesperanzas. Un mosaico de pobreza.
RAMÓN MESA, de la serie Habitantes |
Esta serie retrata una realidad desgarradora,
donde se evidencia la absoluta desprotección de los más pobres. De los
habitantes más sufridos y necesitados, pero Mesa tiene para esa crudísima
realidad un pincel compasivo que suaviza, con trazos casi infantiles, esa
situación y para esta recrea unas casitas de factura onírica que cual ligeras
chichiguas, a veces, vuelan, o pretender volar, pero permanecen arraigadas al
suelo que es lo mismo que decir que siguen amarradas a una pobreza ineludible.
En este conjunto, donde predominan el blanco
y el negro, a veces hay vestigios de colores primarios como un chispazo de
alegría, como un guiño de ojo para que no olvidemos las exuberancias coloristas
del trópico.
Estas casitas surrealistas continúan la línea
compositiva minimalista que caracteriza a Mesa: Pocos elementos, fondo
sencillo, predominio de un solo eje, monotemático. Tienen un precario
equilibrio. Una fragilidad de mordaza.
Piedras
para amurallar el río
La preocupación de Mesa por el medio ambiente
se pone de manifiesto en la serie piedras para amurallar el río. Es un canto
que denuncia no solo el deterioro de nuestros ríos sino además la absurda
pretensión de amurallarlos, de alejarlos de los habitantes de las comunidades
que rozan, usando soluciones que afean y disocian su naturaleza. Esta serie es
la de mayor riqueza artística. La que pone de manifiesto los mejores dotes de
Mesa. Son cuadros neo expresionistas, ricos en el uso de texturas, colores y
recursos extra pictóricos. Predomina la composición de eje horizontal (como
debe ser, atendiendo al tema) donde no se escatiman recursos, gestos y
alusiones.
RAMÓN MESA, Piedras para amurallar el río. |
Son cuadros de una geometría alucinante, casi
abstractos, en los que están presente collages de diversos materiales,
especialmente mallas metálicas, y los fondos son trabajados con minuciosidad de
orfebrería detallista.
Hechos con trazos firmes, de libertad
absoluta, estos pigmentos impregnan los lienzos de una fluidez que recuerda a
Heráclito y su fundamento de que todo está en el cambio incesante.
Con esta serie Mesa logra impactar otra vez
la abulia ciudadana. Nos pone en el campo de las añoranzas, de las nostalgias
infantiles, cuando un río ribereño a nuestras ciudades era un aliado, no una
amenaza. Se tenía entonces una visión bucólica del rio: con agua, árboles y
trinos de pájaros.
Este artista necesario, dadas las
circunstancias actuales de amenaza en que están los recursos naturales, hace
que un pincel recite un poema, que te diga de qué color son los miedos. Así
como el poeta Incháustegui alguna vez nos dijo: “Patria, sin ríos, los treinta
mil que vio Las Casas están naciendo en mi corazón”, Mesa nos convoca a
presenciar el milagro del nacimiento de un río (o de incontables ríos) que
fluyen, ya no por un sendero natural, sino por sus fecundas arterias, por sus
venas generosas y por la irredenta soledad de sus pasiones.
RAMÓN MESA. De la serie Piedras para amurallar el río. |
RAMÓN MESA. Serie Taíno-Pomier |
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